Siempre soñaba con leones.
Con su melena al viento miraba entre edificios, imaginando desiertos de arena roja, con el olor de una brisa nueva.

Un día, encerró los sueños, junto con los leones en una caja sin agujeros. Y se dejó atrapar por el tránsito, por los edificios y el aire contaminado, hasta que apareció por el arte de la casualidad, un chamán entre el tumulto del asfalto.
De golpe, todos los leones, toda esa arena roja, esos horizontes mágicos de dunas, empezaron a golpearla, a azotarla entre rugidos.

Necesitaba huir, los edificios empezaron a pesar, el ruido del tráfico empezó a ahogar su propia voz y empezó a correr. El chamán, le mostró rincones donde siempre se había imaginado, incluso, le dio pociones que le ayudaban a mitigar el dolor de los sueños encerrados.

Pero su corazón, no entendía de pociones, no quería ignorar a sus leones, no quería olvidar y empezó a partirse.